Conocemos el mundo a través de las imágenes que construimos de él. De pequeños aprendemos que las imágenes se forman en la retina (dentro del ojo), un tejido sensible desde donde se envía información de las mismas al cerebro, para que las interprete. Lo que muchos suelen olvidar es que las imágenes que se forman en la retina están invertidas, y que es nuestro cerebro el que vuelve a invertirlas para conseguir que el mundo se nos aparezca como real (y al tiempo manejable). En esa inversión (manipulación) que realiza el cerebro está la primera metáfora de lo que significa toda imagen.
Nos relacionamos con el mundo a través de las imágenes, no sólo las físicas con las que pretendemos aprehender la realidad, sino las artificiales, los constructos culturales mediante las que intentamos adaptar siempre el mundo exterior a nuestros esquemas previos (ideológicos, culturales…) para poder dotarlo de sentido. De esta manera se produce la segunda gran manipulación: la de los medios de comunicación masivos que reproducen, refuerzan y fomentan estereotipos y visiones sociales dentro de las cuales nos movemos con soltura, y fuera de de las cuales nos sentimos indefensos, aislados e incluso repudiados.
Podemos por tanto tener la tentación de creer que a través de las imágenes se construye el mundo, que toda imagen significa una representación de la realidad con un objetivo y un enfoque (inevitable y al tiempo manipulador), que esa realidad no existe (o si existe es inalcanzable en términos de verdad absoluta), pero llevar tales ideas al extremo lo único que consigue es la adopción de un solipsismo teórico y reduccionista, un relativismo casi suicida que nos puede llevar a considerar que no existe un mundo real con entidad propia exterior a la persona y que toda representación o relato sobre la realidad debe poseer el mismo estatus, que no hay jerarquías ni mejores descripciones (imágenes) de la realidad, sólo opciones, diferentes ficciones más o menos verosímiles según el poder establecido.
En ese difícil equilibrio entre las dos interpretaciones se va a jugar la batalla en el siglo XXI. Y nosotros, inevitablemente, jugaremos también.
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