Teoría y práctica de la información audiovisual
Cuaderno de bitácora de un estudiante de máster
sábado, 11 de junio de 2011
lunes, 23 de mayo de 2011
¿Cómo han contado las televisiones el 15M?
La reflexión y los ejemplos los limitaré prácticamente al ámbito de la televisión, uno de los medios que hasta hace muy poco ha sido indiscutiblemente el canal clave de la información que llegaba a los ciudadanos, ejerciendo un papel preponderante en la conformación de la opinión pública de las sociedades occidentales. Este rol lleva años siendo discutido en ambientes académicos debido al imparable ascenso de Internet y la influencia de las redes sociales, pero no este hecho no debe ser sólo achacable al papel de las nuevas tecnologías, la inmediatez que permiten y la pluralidad de voces que aportan, sino por el propio suicidio de un medio anquilosado en formas de informar, opinar y entretener de otro siglo, que aún pretende mantener encadenado a un receptor pasivo al que se le ofrecen periódicamente unas mínimas novedades que simulan interactividad sin serlo, que sólo sirven para ahondar más la brecha entre las demandas de uno y la oferta del otro.
Si nos limitamos al papel esencialmente informativo de los medios televisivos como servicio público (que también lo son, aunque cada vez cueste más reconocerlos como tal) hay que poner encima de la mesa la agotada e infausta fórmula tertuliana. Ya hace varios años que en los medios audiovisuales españoles se adoptó el formato de tertulias como forma de análisis de las principales noticias del día, convirtiéndose en paradigma informativo. En ellas periodistas y supuestos expertos, que en la gran mayoría de casos carecen de suficiente formación para poder opinar debido a la amplitud de lo tratado, se han terminado convirtiendo en una voz que distorsiona de manera partidista la realidad para acomodarla torticeramente a sus intereses. Estos intereses ni siquiera son ideológicos, sino que están directamente relacionados con su supervivencia mediática en el difícil escenario periodístico actual: actúan como portavoces cuasioficiales del partido que apoyan, una vez que han filtrado dicho interés por el mucho más trascendente de la empresa matriz propietaria del medio en cuestión. Estamos hablando de ese grupo de periodistas que transita de la mañana a la noche por diferentes medios repitiendo cuatro ideas en voz de grito. Esos a los que hace unos años definí como megatertulianos, cuyo modelo de análisis de la realidad social toma cada vez más elementos de la telebasura con el objetivo de espectacularizar los supuestos conflictos entre ellos mismos y con las propuestas políticas de turno, convirtiendo las discusiones y los monólogos en ejercicios de expresión agria, soez, insultante y en ocasiones rayanos en la indecencia moral. Un caso que ejemplifica esto último sucedió hace ya un tiempo en la tertulia de El Gato al Agua en Intereconomia, hace ya más de un año. El impresentable (no se le puede calificar de otra manera) es Eduardo García Serrano, tertuliano y presentador de informativos de la cadena, y sirve como ejemplo de lo que se puede llegar a decir impunemente en las televisiones españolas una vez que se manipula la información y se convierte en propaganda
A pesar del evidente agotamiento de la fórmula tertuliana como método para analizar la sociedad, los últimos años se caracterizan por la proliferación increíble de este fenómeno, que en lugar de aportar datos y opinión mesurada y reflexiva para que los ciudadanos puedan hacerse su propia composición de las más importantes noticias diarias, se utilizan para inducir estados de ánimo incendiarios y agresivos en un peligroso juego que acerca a estas tertulias a la telebasura del corazón, con el agravante de ofrecer munición a muchos ciudadanos que confían en la verdad de lo que estos “acreditados periodistas” cuentan. No olvidemos la fuerza que aún tienen afirmaciones como “lo he visto en televisión” o “lo he escuchado en la radio”.
Como ya comenté en el anterior post los medios audiovisuales ignoraron casi por completo la manifestación del 15 de Mayo en la que los participantes intentaron hacer patente su rechazo a la putrefacción del sistema. El seguimiento de lo que iba sucediendo durante el domingo 15 de mayo y el lunes 16 de mayo en estos medios sirve para entender por qué en España durante los últimos años muchas de las justas reclamaciones sociales de tantos colectivos han pasado inadvertidas por la falta de atención mediática. Las distintas empresas multimedia que controlan dichos medios están mucho más preocupadas por obtener beneficios de sus negocios, imponer su propia agenda informativa al servicio de los partidos que los financian mediante publicidad institucional, y no molestar a los poderes financieros con los que han establecido oscuras alianzas (como ya intenté poner encima de la mesa en este otro artículo) que por aportar información veraz sobre los problemas sociales que deberían preocupar a los ciudadanos. Aparecieron minúsculas entrevistas editadas, declaraciones pintorescas y, algunos átomos de información fragmentaria que era imposible contextualizar y dimensionar. Rápidamente se intentó presentar la movilización ciudadana como un fenómeno mayoritariamente juvenil para así por un lado alegrarse cínicamente de que los jóvenes dieran alguna muestra de indignación y contestación social, pero también al mismo tiempo poder presentar estas movilizaciones como un juego de niños sin mayor trascendencia. Cuando la policía, por orden la Delegación de Gobierno de Madrid, desalojó la acampada de la Puerta del Sol en la madrugada del 17 de mayo, pocas voces críticas se alzaron en los programas informativos de las televisiones. El asunto estaba ya finiquitado. Podían volver a su mundo. Ese mundo de campañas políticas que no interesan a nadie, donde los políticos no dicen nada, los programas se ocultan tras consignas vacías y los expertos periodistas siguen dando por hecho que la ciudadanía sólo se informará mayoritariamente a través de ellos, por lo que pueden seguir retorciendo la realidad a su antojo sin que nadie les pueda poner en su sitio. Esta vez erraron. Gravemente. La primera crítica se le podría hacer a RTVE, sufragada mediante los impuestos de los ciudadanos y en cuya radio se permitieron hacer chanzas costa de las ilusiones de cambio de algunos de esos mismos ciudadanos, atreviéndose incluso a etiquetarlos jocosamente. Entonces llegó Cristina, de Burgos, una oyente de RNE que enrabietada por el desdén y la profunda falta de respeto de unos tertulianos que hablaban sobre el desalojo de la acampada en el programa En días como hoy, llamó para intervenir y (re)apropiarse durante de unos minutos de la frecuencia de la cadena, del canal de comunicación ciudadana que debieran ser los medios públicos. La intervención de Cristina rápidamente se convirtió en un poderoso viral en la red, una manera de intentar explicar a los amigos, a la familia y a los cercanos porque esta vez sí, no nos podíamos dejar de pisotear de nuevo.
A partir del miércoles 17 de mayo los medios y los políticos ya no podían obviar lo que sucedía. Las plazas de muchas ciudades se convirtieron en un foco de contestación y de rebeldía. La Puerta del Sol en Madrid vivió una concentración multitudinaria y espontánea por la noche como protesta al desalojo de los acampados y para seguir expresando su repulsa ante la situación económica y política del país. Pero una cosa era dar información y otra cosa dejar de lado las viejas costumbres. En las plazas los gritos contra la manipulación de los medios se multiplicaban ante la sorpresa y el malestar de los mismos que siguen pretendiendo ejercer el rol de informadores independientes. Comenzaron por dar la mínima información posible y continuaron intentando convertir las concentraciones en dramas humanos muy del gusto de la banal telerrealidad con la que suelen rellenar sus parrillas. Pero se encontraron un problema: la gente, de repente, lo que quería era hablar de política, en serio. Discrepando, discutiendo, proponiendo, debatiendo… Querían que se hablara de Política con mayúsculas en España, por fin. Sucedió una cosa curiosa. No fueron las televisiones que en principio podría considerarse ideológicamente cercanas a las tesis propuestas por los concentrados las que empezaron a cubrir continuamente el que ha sido el fenómeno social más importante de los últimos años. TVE ha ninguneado lo que sucedía tanto en Madrid como en el resto de España (tal vez las críticas de los manifestantes al PSOE y sus políticas liberales de recorte social podrían tener algo que ver con esta pobre cobertura). Antena3 y Tele5 han continuado con su modelo de televisión de entretenimiento vacuo y alienante (como se trataba de un movimiento no violento, sin cadáveres que mostrar ni lágrimas que inducir no tenía cabida en ese modelo televisivo). Por otro lado este fenómeno social ha sido el primero que ha mostrado el daño a la pluralidad informativa que suponen las concentraciones de poder mediático, como se ha podido ver con el papel inane de Cuatro y la imposibilidad de información 24 horas al día que ofrecía CNN+. Uno de los casos más curiosos (y que en el futuro habrá que analizar) es el de La Sexta. Con tres canales a su disposición que rellena con series y reportajes varios que se repiten hasta el hastío, la cadena no ha encontrado hueco en su parrilla para hacer un seguimiento al minuto de las concentraciones. Sólo la noche del viernes 19 de mayo dedicó un par de horas al análisis político (dentro del marco tertuliano diario que tiene) de las protestas, mientras ofrecía imágenes en directo de Madrid y Barcelona. Esta extraordinariamente pobre cobertura informativa fue, paradójicamente, fue muy celebrada en las redes sociales en lo que es una muestra más de la falta de representatividad de un extenso segmento social en los medios actuales.
Una vez hecho este recorrido por la nada informativa podría parecer que en la televisión nadie ha informado seriamente y de manera continua sobre el asunto. No es verdad. Ha habido una cadena que lo ha hecho. De hecho se ha volcado. Intereconomia, la cadena de más orientada a la derecha en espectro ideológico televisivo ha permitido a los ciudadanos asistir al fenómeno social de la Puerta del Sol de manera constante. Otra cosa a discutir sería el enfoque sesgado que ha dado a su información y el nivel intelectual y moral de las opiniones vertidas en sus programas. Aunque inicialmente trataron de interpretar el fenómeno social del 15M como una rebelión contra el Gobierno de Zapatero y por tanto algunos de sus tertulianos intentaron adoptar como propias algunas de las reivindicaciones que se escuchaban, las horas y los días fueron pasando y la farsa no pudo continuar. Los jóvenes que estaban en esas asambleas, las propuestas críticas con el neoliberalismo que se escuchaban, y la crítica feroz tanto al PP (además de al PSOE) como a la propia cadena por parte de los concentrados hizo que poco a poco se girara la posición de ésta hasta acabar sin vergüenza alguna manipulando, criticando y desprestigiando a aquellos que participaban en las acampadas. Sin pudor, sus tertulianos y presentadores hablaban despectivamente de su aspecto, sus vestimentas o las (infundas) ansias de fiesta y alcohol que en cualquier momento estallarían, convirtiendo las concentraciones en megabotellones incontrolables. Dio igual que la realidad tozuda les viniera mostrar cada día el pulcro civismo y autocontrol de los asistentes. Cuando uno se acostumbra a imprimir la mentira resulta complicado atender a estrictamente a la realidad. Se mofaron de manera rastrera de los concentrados calificándolos de perroflautas o chusma, al tiempo que nos dejaban impagables piezas de periodismo amateur como esta entrevista manipulada con un supuesto asistente a las concentraciones de Barcelona, donde el discurso del "ciudadano anónimo" parece previamente preparado (como se observa al leer los labios de la reportera recitando lo que dice su entrevistado entre los segundos 40 y 50 del siguiente video)
Otras televisión pública como es Telemadrid apenas ha hecho una mínima cobertura de estas concentraciones de protesta que superan en número y en relevancia social a otras a las que ha dedicado horas y horas en directo dentro de su programación, y que servían como punta de lanza contra las políticas del Gobierno socialista de Zapatero ya que representaban al espectro ideológico que permite gobernar con mayoría absoluta a Esperanza Aguirre en Madrid. Aquí tenemos un ejemplo de lo que según un comentarista del informativo nocturno de Telemadrid se podría hacer con los manifestantes madrileños debido a su escaso (según él y faltando a la verdad conscientemente) número.
Hay que reseñar también las muchas horas de debate y conexiones en directo dedicadas a este asunto en Veo7 la televisión del grupo editor de El Mundo, donde el inefable Carlos Costa, ejerciendo de imposible moderador, interrumpía constantemente a los tertulianos que se atrevían a defender algún aspecto de las peticiones de los concentrados mientras que, siguiendo al dictado el espíritu de su grupo mediático, intentaba sembrar dudas en su audiencia sobre los “oscuros” inductores reales de este movimiento social
Por último no se puede dejar de señalar las surrealistas contribuciones de Libertad Digital a enmarañar más la posibilidad de comprensión de los ciudadanos, como se puede escuchar en esta muestra de intuición conspiranoica de César Vidal
Es evidente que estas movilizaciones han cogido desprevenidos a políticos y periodistas que fueron incapaces durante varios días de entender las claves del fenómeno, intentando torpemente contextualizarlo dentro del viejo modelo explicativo de “estás conmigo o contra mí”. Con el paso de los días se hizo patente que éste era un fenómeno social contestario y plural que se alimentaba de una profunda desafección de la población en general hacia la clase política y los poderes financieros en particular, que de manera conjunta han sumido a España en una crisis social cuyo origen nunca estuvo en la clase trabajadora pero cuyas consecuencias están destrozando la vida de miles de familias cada día. Esta idea, que se ha hecho muy fuerte en el imaginario colectivo español, permitió que más allá de partidos y medios, gente muy diversa simpatizara con la indignación general que transpiraban estas manifestaciones populares. Los medios y los políticos no han sabido canalizar este grito de angustia y rebelión del pueblo porque son conscientes de que escucharlo significaría cambiar las estructuras de poder que posibilitan su propia supervivencia. Con el paso de los días ya no se les puede achacar falta de comprensión del fenómeno sino desinterés por colocarlo entre las prioridades de la agenda política y social. Las elecciones locales van a intentar ser utilizadas por el sistema para acallar y minimizar las voces de protesta. Se ha dado la paradoja que tanto participar en ellas como no hacerlo iba a servir en todo caso para que los indignados perdieran relevancia social, puesto que la pretendida legitimidad de los vencedores de las mismas intentará ser utilizada ahora en contra de los que precisamente explican que no se sienten representados por el modelo político actual. Este tipo de argumentos permitirá expulsar a los indignados del sistema y llevarlos a sus arrabales para que allí, ninguneados, perdiendo fuerza por su invisibilidad y por la rutina cometan algún error programático (o terminen provocando algún conato de violencia) para entonces volverlos a llevar al primer plano y destrozar sus restos frente a la audiencia.
Esto sería lo previsible. Lo que se pretenderá hacer. Lo que las ecuaciones de Matrix predicen que pasará.
domingo, 22 de mayo de 2011
¿Qué ha sucedido esta semana?
Ya ha pasado el día de reflexión. A partir de hoy, los medios, los partidos y en definitiva el sistema tratarán de rearticular, redimensionar y reconstruir los sucesos acaecidos esta semana. Una de los aspectos que no se podrá obviar a la hora de analizar esta extraña y excitante rebelión cívica que tiene su centro neurálgico en la Puerta del Sol de Madrid y se extiende en red por cientos de ciudades y plazas de España, será el papel jugado por los medios de comunicación tradicionales y cómo ha sido su despliegue informativo a lo largo de esta larga semana. Un problema personal me ha tenido desgraciadamente recluido en casa hasta ayer viernes, pero en contrapartida me ha permitido estar casi 24 horas al día conectado a la información que nos llegaba de estas concentraciones populares. Unas concentraciones mediante las que la sociedad civil, de manera libre y pacífica, ha conseguido articular un cauce temporal para mostrar su indignación y rechazo hacia esa parte pequeña de la sociedad (la política y los poderes financieros) que está reformando sin su permiso el mundo en el que vive. Ha habido momentos, por la noche, donde mi propia persona era reflejo de esa convergencia de medios de la que tanto se habla en los últimos años: era un receptor activo de información que mantenía encendida la televisión y la radio, zapeando por los diferentes programas y tertulias políticas que apenas conseguían balbucear alguna explicación de este explosión social. Al mismo tiempo, a través del ordenador, contrastaba opiniones con amigos a través de las redes sociales y leía con avidez la información bruta, sin editar, que llegaba desde los propios acampados y concentrados a través de twiter, sin olvidar por supuesto el uso del teléfono móvil para conocer de primera mano las sensaciones y emociones de amigos que en esos momentos cubrían mi ausencia en la Puerta del Sol.
Como comentaba anteriormente con el tiempo se tendrá que analizar en profundidad el papel de los medios tradicionales en este fenómeno. La primera convocatoria, la manifestación del 15 de mayo, como comentaba nuestra compañera Marga, apenas tuvo eco en ellos y cadenas como TVE apenas le dedicó veinte segundos. Después llegó la acampada y el desalojo policial de la misma en la madrugada del 17 de mayo. La espita que dinamitó todo. La realidad se convertía en espectáculo y sin más intención que la de rellenar minutos de sus telediarios con historias pintorescas y humanas de estos jóvenes contestarios, las televisiones se acercaron a la Puerta del Sol y los demás lugares de protesta. Sin ser evidentemente su objetivo amplificaron lo que en la red ya era un clamor social. Convirtieron en realidad para muchos la protesta, hicieron carne la existencia de una revuelta social que en primer lugar significaba una bofetada en la cara del asfixiante bipartidismo que estrangula este país, un puñetazo conjunto nunca visto anteriormente al PP y al PSOE a los que se hacía responsable de la pésima calidad democrática de España, pero al mismo tiempo intentaba ser una respuesta airada, un grito de profundo malestar de la clase trabajadora ante los desmanes financieros que provocaron la crisis, y contra los posteriores trapicheos entre los poderes políticos y financieros que finalmente significaron que las peores consecuencias de la crisis del capitalismo global la sufrieran localmente los ciudadanos de base, los trabajadores. Esta situación ha terminado de dibujar el nuevo panorama en la relación entre los ciudadanos y sus representantes políticos. Los ajustes del Gobierno de Zapatero después de haberse llenado la boca de proclamas socialistas en la época de bonanza sin cambiar un ápice el sistema económico cuya crisis finalmente colapsó el país, dejaban sin posibilidad de autoengaño a la base electoral del PSOE, mientras que una gran parte de los votantes del PP aunque desean la salida inmediata de los socialistas del poder tampoco pueden dejar de pensar que tal vez Rajoy consiga reducir el número de parados del país, pero es evidente que no lo va a hacer sin provocar un coste social en el estado de bienestar. La partitocracia, lastrada perennemente por una corrupción que parece no solo no combatirse sino en demasiados casos ignorarse, encarnada para la multitud en los dos grandes partidos y asociada y sometida a este neocapitalismo globalizado e inmaterial, cuyos beneficios puntuales se volatilizan en manos de unos pocos y sus inevitables fracasos se sufragan a través todos, se convertía así, finalmente, en el principal foco de la ira de un pueblo perplejo, exhausto y harto de que le exijan sacrificios unos políticos sin credibilidad, sin discurso, sin carisma, a los que hace ya demasiado tiempo les han perdido completamente el respeto.
Y así aparece la multitud. Diversa, fragmentaria, que se une no tanto por poseer una ideología común sino unas preocupaciones similares, un ente amorfo de difícil catalogación pero al que cementa una emoción común que crece cuando las personas se juntan, hablan y la reconocen: el cabreo. Un cabreo generalizado que emerge con extraordinaria velocidad catalizado por estas manifestaciones, concentraciones y acampadas, cuyo recorrido va más allá de los resultados de unas elecciones municipales. El movimiento es transversal. Lo vertebran y dan lustre jóvenes de muy distinto extracto, pero también participan activamente miembros treintañeros de mi generación (la mileurista), miembros de generaciones anteriores que por fin han comprendido que es real que el futuro de sus hijos está ya, a día de hoy, hipotecado, y también participan los mayores, jubilados molestos por la deriva del sistema social que ayudaron a crear con su esfuerzo y trabajo que ven ahora peligrar sus derechos… No se alcanza tal volumen de ruido social sin trascender las fronteras generacionales e ideológicas. Es lo que tiene la indignación. Un poderoso sentimiento social. Pero los medios, de nuevo, no han sabido comprender la magnitud del envite, ni estar a la altura de las circunstancias. Adormecidos y atrapados en sus luchas intestinas, ensoberbecidos y encantados de escucharse a sí mismos mientras dictan la agenda de noticias de supuesto interés, han naufragado a la hora de servir a los ciudadanos, abriéndose por ello un interesante flanco en sus defensas que permitirá a muchos de ellos descubrir algunas realidades sobre su funcionamiento e intereses.
En breve preveo que aparecerán las primeras grietas en este movimiento social. Lo que se discute y se aprueba en las asambleas de las acampadas nunca va a poder ser aceptado por una parte importante de la población que ha simpatizado con las concentraciones desde el primer momento pero sólo desea una regeneración del sistema y una mayor justicia social, pero no una revolución de izquierdas. No es éste el sitio ni el momento de valorar la bondad de esas propuestas que van apareciendo, pero sí de analizar cómo ha sido la labor de los medios audiovisuales durante esta semana y pronosticar su actuación si esta hipótesis de futuro se produce.
Pero mientras...
Continúa
sábado, 9 de abril de 2011
El homo videns, la información y la democracia (y dos)
(Continuación del post anterior)
Este artículo fue originalmente publicado en el ya abandonado blog Cajatonta, y al mismo tiempo en su "sucursal" (ya inaccesible) dentro Periodista Digital. Posteriormente, tras su publicación sin mención a su autor en el portal de Solidaridad, viaja libremente por la red.
Tal vez sea éste el aspecto más polémico del ensayo de Sartori. En su obra, como ya comenté en el artículo anterior, advierte sobre el empobrecimiento del entendimiento y la pérdida de la capacidad de abstracción. Ambos hechos estarían provocados por la primacía de la imagen (la televisión) sobre la palabra escrita. Según él, esta situación significa un grave peligro para la democracia.
Para entender su planteamiento es necesario conocer lo que él considera que sucede con la información que emiten los medios, tanto audiovisuales como escritos. La televisión se ha impuesto a los medios tradicionales. No tiene competencia. Consigue algo que nunca o casi nunca consiguió la prensa escrita: los intermediarios no son relevantes, sólo el medio en sí. Algo es, o no es, tan sólo porque lo ha mostrado la televisión.
Esta circunstancia es crucial y nos lleva a analizar cuál es la información que se está ofreciendo por la televisión. Sartori la divide en dos tipos fundamentales: la subinformación, es decir, una información insuficiente, que provoca reduccionismos muy peligrosos y no sirve para conformar una opinión de peso; y la desinformación, una distorsión y manipulación de la información ni siquiera necesariamente consciente, fruto de las imposiciones del propio medio y de su afán de buscar siempre lo novedoso y excitante. El resultado es una aldeanización de la televisión. Es decir, una vez que se ha impuesto en el espectador medio que lo que no sale por la televisión no existe y que lo que no se ve no es relevante, la necesaria reducción de los costes de producción (mandar cámaras lejos es mucho más costoso) unida a la sentimentalización de las noticias, acarrea un regreso informativo a lo local, al suceso, a la mirada corta y localista, centrada tan sólo en lo que sucede en el propio entorno. Se obvian con ello las noticias de política internacional, o incluso nacional, alejadas en principio (falsamente) de los intereses y problemas de cada uno. Sólo se muestra aquello que es mediático y por tanto, susceptible de ser transformado en espectáculo. Las noticias deben ser excitantes y emotivas para mantener al público atado al sofá. De ese modo se potencia la aparición y difusión de posiciones extremas y personajes radicales.
El tipo de información que prolifera en la televisión afecta a la política y a los políticos, porque éstos son conscientes de que cada vez es más importante el cuidado de su imagen y lanzar soflamas mediáticas, y menos relevante el actuar de manera responsable en el ejercicio de sus funciones gobernantes. Políticos como aquel Julio Anguita de programa, programa, programa, desaparecen, dando paso a la nueva videopolítica (como la define Sartori). Ésta se va haciendo más y más dependiente de los sondeos y de la opinión pública y por tanto, menos independiente para tomar decisiones, siempre temerosa de perder apoyo popular. Los partidos políticos pierden entonces su poder como reserva ideológica, y el líder carismático y mediático vuelve al primer plano de esta sondeocracia.
Este el punto más controvertido de las tesis de Sartori. El autor parece dejarse llevar por la ensoñación de que en una época anterior la base intelectual de la sociedad estaba más preparada e informada, disponía de una prensa escrita plural, de calidad y era un referente cultural para el resto de la población (una opinión pública culta, no mayoritaria pero influyente). El pueblo votaba a sus representantes pero éstos, ante la incapacidad técnica de conocer las opiniones de sus electores, no tenían más remedio que tomar sus propias decisiones, apoyándose en sus partidos, en su ideología y en esa opinión pública no mayoritaria pero teóricamente preparada, hasta que se produjeran las próximas elecciones. Éste es un planteamiento claramente elitista.
Además, Sartori parece confundirse (y no parece casual).Por un lado reclama una televisión mejor y que sea desbancada de su papel preeminente informativo en beneficio de la palabra escrita. Indica, con razón, que el gran fracaso de las democracias de los estados del bienestar ha sido pensar que con la educación universal y obligatoria se crearían ciudadanos preocupados por la cosa pública. Y no ha sido así. La preparación con la que se responde a encuestas o sondeos por parte de la población es muy pobre, no se tiene la masa crítica de información necesaria ni las capacidades de juicio independiente desarrolladas para opinar con criterio. Muchos apenas balbucean (intelectualmente hablando) la opinión inducida desde los medios. Pero ese fracaso no parece ser lo que moleste realmente a Sartori, sino que esa gran masa de personas desinformadas o mal informadas pueda llegar a influir en las decisiones políticas. No parece que el número de personas enteradas de temas políticos sea ahora menor que el de hace cincuenta años (entre otras cosas porque el grado de analfabetismo entonces era muy superior), por lo tanto lo que le perturba no es ese analfabetismo funcional actual del pueblo, sino que ahora lo que opina y se induce a opinar a esa masa es relevante y decisorio.
La posibilidad de la democracia directa o participativa está ahí. La democracia representativa se antoja obsoleta por la cantidad de mecanismos de consulta y participación que las nuevas tecnologías nos descubren todos los días. Asuntos como la participación de España en la invasión de Irak o el intento de implantación de contratos explotadores para los jóvenes en Francia lo demuestran. La preocupación justa que destila el pensamiento de Sartori es que la información que recibe la gente es pobre, insuficiente y manipulada. Bien. Pues entonces tendremos que mejorar la educación y replantearnos cómo se está ejerciendo. Otros autores como Gustavo Bueno, responsabilizan a los propios espectadores de la televisión que tienen. Defienden que ésta es el reflejo del pueblo. Pues vale. Puede ser, en parte. Pero este tipo de planteamientos pretendidamente lúcidos y acusadores no ayudan a buscar ninguna solución. Además, se podría responder, desde las tesis de Sartori, que ese público ya ha recibido, desde niño, una educación principalmente visual y pasiva, y por tanto ya ha visto atrofiada sus capacidades cognitivas.
Volvemos por tanto a la educación. No sirve buscar un control de lo que la televisión emite. Esas ideas de pensar por el pueblo por el bien del pueblo, pero sin él, nos retrotraen a otros momentos históricos. Es inasumible una marcha atrás Basta pues, tanto de elitismos como de conformismos. Hemos de luchar por conseguir una población educada y cultivada que pueda establecer verdaderos juicios críticos y que sean sus decisiones como espectadores, las que produzcan una televisión de calidad y útil. Hoy estamos lejos de esa bonita idea, pero ante regresiones elitistas o conformismos interesados ése debe ser el camino y el fin de lo que se busque.
Este artículo fue originalmente publicado en el ya abandonado blog Cajatonta, y al mismo tiempo en su "sucursal" (ya inaccesible) dentro Periodista Digital. Posteriormente, tras su publicación sin mención a su autor en el portal de Solidaridad, viaja libremente por la red.
Tal vez sea éste el aspecto más polémico del ensayo de Sartori. En su obra, como ya comenté en el artículo anterior, advierte sobre el empobrecimiento del entendimiento y la pérdida de la capacidad de abstracción. Ambos hechos estarían provocados por la primacía de la imagen (la televisión) sobre la palabra escrita. Según él, esta situación significa un grave peligro para la democracia.
Además, Sartori parece confundirse (y no parece casual).Por un lado reclama una televisión mejor y que sea desbancada de su papel preeminente informativo en beneficio de la palabra escrita. Indica, con razón, que el gran fracaso de las democracias de los estados del bienestar ha sido pensar que con la educación universal y obligatoria se crearían ciudadanos preocupados por la cosa pública. Y no ha sido así. La preparación con la que se responde a encuestas o sondeos por parte de la población es muy pobre, no se tiene la masa crítica de información necesaria ni las capacidades de juicio independiente desarrolladas para opinar con criterio. Muchos apenas balbucean (intelectualmente hablando) la opinión inducida desde los medios. Pero ese fracaso no parece ser lo que moleste realmente a Sartori, sino que esa gran masa de personas desinformadas o mal informadas pueda llegar a influir en las decisiones políticas. No parece que el número de personas enteradas de temas políticos sea ahora menor que el de hace cincuenta años (entre otras cosas porque el grado de analfabetismo entonces era muy superior), por lo tanto lo que le perturba no es ese analfabetismo funcional actual del pueblo, sino que ahora lo que opina y se induce a opinar a esa masa es relevante y decisorio.
La posibilidad de la democracia directa o participativa está ahí. La democracia representativa se antoja obsoleta por la cantidad de mecanismos de consulta y participación que las nuevas tecnologías nos descubren todos los días. Asuntos como la participación de España en la invasión de Irak o el intento de implantación de contratos explotadores para los jóvenes en Francia lo demuestran. La preocupación justa que destila el pensamiento de Sartori es que la información que recibe la gente es pobre, insuficiente y manipulada. Bien. Pues entonces tendremos que mejorar la educación y replantearnos cómo se está ejerciendo. Otros autores como Gustavo Bueno, responsabilizan a los propios espectadores de la televisión que tienen. Defienden que ésta es el reflejo del pueblo. Pues vale. Puede ser, en parte. Pero este tipo de planteamientos pretendidamente lúcidos y acusadores no ayudan a buscar ninguna solución. Además, se podría responder, desde las tesis de Sartori, que ese público ya ha recibido, desde niño, una educación principalmente visual y pasiva, y por tanto ya ha visto atrofiada sus capacidades cognitivas.
Volvemos por tanto a la educación. No sirve buscar un control de lo que la televisión emite. Esas ideas de pensar por el pueblo por el bien del pueblo, pero sin él, nos retrotraen a otros momentos históricos. Es inasumible una marcha atrás Basta pues, tanto de elitismos como de conformismos. Hemos de luchar por conseguir una población educada y cultivada que pueda establecer verdaderos juicios críticos y que sean sus decisiones como espectadores, las que produzcan una televisión de calidad y útil. Hoy estamos lejos de esa bonita idea, pero ante regresiones elitistas o conformismos interesados ése debe ser el camino y el fin de lo que se busque.
El advenimiento del homo videns
Este artículo fue originalmente publicado en el ya abandonado blog Cajatonta, y al mismo tiempo en su "sucursal" (ya inaccesible) dentro Periodista Digital. Posteriormente, tras su publicación sin mención a su autor en el portal de Solidaridad, viaja libremente por la red.
Es una advertencia. Una reflexión preocupada y combativa. Un planteamiento provocador que se asume como tal. Un grito razonado que intenta despertar las conciencias adormecidas y provocar debate. Escrito a finales de los 90, Homo Videns, la sociedad teledirigida, es un ensayo del afamado politólogo italiano Giovanni Sartori, Premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales en el año 2005, en el que el autor defiende la tesis de que la primacía de la imagen (representada por la omnipresente televisión) en la sociedad actual, significa un empobrecimiento letal de la capacidad del ser humano para conocer y entender, puesto que supone la atrofia de su capacidad de abstracción y de pensamiento simbólico.
El papel de la televisión como fuente de entretenimiento y diversión no es puesto en duda, ni criticado. Pero siendo esto necesario y vital para el ser humano no puede convertirse en el centro de su actividad, y actualmente ésa es la principal función de la televisión, así como la de sus filiales visuales, los videojuegos y el propio Internet (con vida e intenciones propias pero con contradicciones evidentes, como su hipertexto, pretenciosa lectura no secuencial). De lo que duda Sartori (y con razón) es de su función formadora e informativa. Lo visual, que debiera ser un complemento y aliado útil de la palabra escrita y hablada, se ha convertido en el todo, en el ser. Lo que es, es lo que existe en la televisión. Sólo tiene sentido como ella lo muestra. Y en ella, la palabra ha quedado completamente supeditada a la imagen. El espectador pues, queda a merced de estímulos sensitivos, va desertando de sus capacidades cognitivas, y en ese tránsito se produce la sustitución del homo sapiens por el homo videns.
Es necesario entender que este planteamiento es una visión extremista de la realidad con el que se busca alertar de un problema, pero que las premisas de las que parte son ciertas y contrastables. La experiencia demuestra que los niños de hoy ven cientos de horas de televisión antes de aprender a leer y a escribir. Es decir, su impronta educacional es plenamente audiovisual, pasiva, destructiva respecto a la imaginación o la creación. Ello conlleva una regresión evidente a la hora de su expresión escrita y oral. En muchas ocasiones no hay manera de que los escolares se expresen con un mínimo de decoro a la hora de redactar o exponer cualquier idea. La palabra escrita se abandona, se la considera elitista frente a las nuevas formas (divertidas, entretenidas e interactivas) de difusión del conocimiento. A través de la imagen, por supuesto. Pero el ser humano es antes todo un ser simbólico y se mueve siempre en el campo de las abstracciones, aunque no quiera o no esté educado para ello. De ahí el empobrecimiento con el que especula Sartori respecto a la utilización y el entendimiento de concepciones mentales. Una mesa es fácilmente representable visualmente, pero, ¿cómo representar conceptos como libertad, felicidad o justicia? Sólo de una manera pobre, parcial y distorsionada.
Dejando a un lado el mundo de las abstracciones, filosóficas o sociales, no podemos olvidar que el mundo de la ciencia no puede sobrevivir sin el pensamiento abstracto y por tanto le es necesario la formación en ese campo. Cada vez se hace más evidente la incapacidad real de mucho niños de leer (y cuando digo leer no me refiero al acto de juntar letras formando palabras y frases, sino a entender) problemas básicos de Física o Matemáticas. Muchas veces sabrían resolverlos con las armas físico-matemáticas que han aprendido, pero el problema es que simplemente leen el texto y no se enteran de nada. Después, cuando se les explica de una manera vulgar y directa, con ejemplos concretos, lo que les pedía el susodicho problema, se les ve confusos, extrañados: se dan cuenta de que podrían haber intentado resolverlo. No había sido la Física la traba. Había sido la compresión del texto.
Por último, una experiencia visual pero contada con palabras. En las principales estaciones del metro de Madrid fueron colocadas hace ya un tiempo grandes y pequeñas pantallas que emiten la programación de un canal propio, de la empresa, que da pequeñas noticias y emite infinita publicidad. El metro siempre ha sido reducto de lectores que aprovechan los a veces largos trayectos que se han de hacer por el subsuelo de la capital, para leer y no aburrirse. En estas estaciones, lentamente, se va imponiendo entre los usuarios la atención a la televisión. Hace poco, me dirigía con prisa hacia un andén de la estación dela Puerta del Sol. Justo al girar por el pasillo y entrar en él, la imagen que descubrí fue demoledora. Fue un segundo, como si el tiempo se parase. A lo largo de los andenes enfrentados, unas treinta o cuarenta personas dispersas, solitarias y silenciosas, levantaban sus miradas vacías, perdidas y cansadas hacia las pantallas. Parecían autómatas. Las imágenes que veían eran mudas, no se escuchaba ni un ruido. Fue un segundo, pero al verlos allí, no pude dejar de pensar en alguno de los relatos febriles e inquietantes del atormentado Philip K. Dick y en las pesadillas totalitarias y alienantes de Orwell.
(Continúa)
Es una advertencia. Una reflexión preocupada y combativa. Un planteamiento provocador que se asume como tal. Un grito razonado que intenta despertar las conciencias adormecidas y provocar debate. Escrito a finales de los 90, Homo Videns, la sociedad teledirigida, es un ensayo del afamado politólogo italiano Giovanni Sartori, Premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales en el año 2005, en el que el autor defiende la tesis de que la primacía de la imagen (representada por la omnipresente televisión) en la sociedad actual, significa un empobrecimiento letal de la capacidad del ser humano para conocer y entender, puesto que supone la atrofia de su capacidad de abstracción y de pensamiento simbólico.
El papel de la televisión como fuente de entretenimiento y diversión no es puesto en duda, ni criticado. Pero siendo esto necesario y vital para el ser humano no puede convertirse en el centro de su actividad, y actualmente ésa es la principal función de la televisión, así como la de sus filiales visuales, los videojuegos y el propio Internet (con vida e intenciones propias pero con contradicciones evidentes, como su hipertexto, pretenciosa lectura no secuencial). De lo que duda Sartori (y con razón) es de su función formadora e informativa. Lo visual, que debiera ser un complemento y aliado útil de la palabra escrita y hablada, se ha convertido en el todo, en el ser. Lo que es, es lo que existe en la televisión. Sólo tiene sentido como ella lo muestra. Y en ella, la palabra ha quedado completamente supeditada a la imagen. El espectador pues, queda a merced de estímulos sensitivos, va desertando de sus capacidades cognitivas, y en ese tránsito se produce la sustitución del homo sapiens por el homo videns.
Es necesario entender que este planteamiento es una visión extremista de la realidad con el que se busca alertar de un problema, pero que las premisas de las que parte son ciertas y contrastables. La experiencia demuestra que los niños de hoy ven cientos de horas de televisión antes de aprender a leer y a escribir. Es decir, su impronta educacional es plenamente audiovisual, pasiva, destructiva respecto a la imaginación o la creación. Ello conlleva una regresión evidente a la hora de su expresión escrita y oral. En muchas ocasiones no hay manera de que los escolares se expresen con un mínimo de decoro a la hora de redactar o exponer cualquier idea. La palabra escrita se abandona, se la considera elitista frente a las nuevas formas (divertidas, entretenidas e interactivas) de difusión del conocimiento. A través de la imagen, por supuesto. Pero el ser humano es antes todo un ser simbólico y se mueve siempre en el campo de las abstracciones, aunque no quiera o no esté educado para ello. De ahí el empobrecimiento con el que especula Sartori respecto a la utilización y el entendimiento de concepciones mentales. Una mesa es fácilmente representable visualmente, pero, ¿cómo representar conceptos como libertad, felicidad o justicia? Sólo de una manera pobre, parcial y distorsionada.
Dejando a un lado el mundo de las abstracciones, filosóficas o sociales, no podemos olvidar que el mundo de la ciencia no puede sobrevivir sin el pensamiento abstracto y por tanto le es necesario la formación en ese campo. Cada vez se hace más evidente la incapacidad real de mucho niños de leer (y cuando digo leer no me refiero al acto de juntar letras formando palabras y frases, sino a entender) problemas básicos de Física o Matemáticas. Muchas veces sabrían resolverlos con las armas físico-matemáticas que han aprendido, pero el problema es que simplemente leen el texto y no se enteran de nada. Después, cuando se les explica de una manera vulgar y directa, con ejemplos concretos, lo que les pedía el susodicho problema, se les ve confusos, extrañados: se dan cuenta de que podrían haber intentado resolverlo. No había sido la Física la traba. Había sido la compresión del texto.
Por último, una experiencia visual pero contada con palabras. En las principales estaciones del metro de Madrid fueron colocadas hace ya un tiempo grandes y pequeñas pantallas que emiten la programación de un canal propio, de la empresa, que da pequeñas noticias y emite infinita publicidad. El metro siempre ha sido reducto de lectores que aprovechan los a veces largos trayectos que se han de hacer por el subsuelo de la capital, para leer y no aburrirse. En estas estaciones, lentamente, se va imponiendo entre los usuarios la atención a la televisión. Hace poco, me dirigía con prisa hacia un andén de la estación de
(Continúa)
lunes, 4 de abril de 2011
Reflexiones sobre la imagen
Conocemos el mundo a través de las imágenes que construimos de él. De pequeños aprendemos que las imágenes se forman en la retina (dentro del ojo), un tejido sensible desde donde se envía información de las mismas al cerebro, para que las interprete. Lo que muchos suelen olvidar es que las imágenes que se forman en la retina están invertidas, y que es nuestro cerebro el que vuelve a invertirlas para conseguir que el mundo se nos aparezca como real (y al tiempo manejable). En esa inversión (manipulación) que realiza el cerebro está la primera metáfora de lo que significa toda imagen.
Nos relacionamos con el mundo a través de las imágenes, no sólo las físicas con las que pretendemos aprehender la realidad, sino las artificiales, los constructos culturales mediante las que intentamos adaptar siempre el mundo exterior a nuestros esquemas previos (ideológicos, culturales…) para poder dotarlo de sentido. De esta manera se produce la segunda gran manipulación: la de los medios de comunicación masivos que reproducen, refuerzan y fomentan estereotipos y visiones sociales dentro de las cuales nos movemos con soltura, y fuera de de las cuales nos sentimos indefensos, aislados e incluso repudiados.
Podemos por tanto tener la tentación de creer que a través de las imágenes se construye el mundo, que toda imagen significa una representación de la realidad con un objetivo y un enfoque (inevitable y al tiempo manipulador), que esa realidad no existe (o si existe es inalcanzable en términos de verdad absoluta), pero llevar tales ideas al extremo lo único que consigue es la adopción de un solipsismo teórico y reduccionista, un relativismo casi suicida que nos puede llevar a considerar que no existe un mundo real con entidad propia exterior a la persona y que toda representación o relato sobre la realidad debe poseer el mismo estatus, que no hay jerarquías ni mejores descripciones (imágenes) de la realidad, sólo opciones, diferentes ficciones más o menos verosímiles según el poder establecido.
En ese difícil equilibrio entre las dos interpretaciones se va a jugar la batalla en el siglo XXI. Y nosotros, inevitablemente, jugaremos también.
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