sábado, 9 de abril de 2011

El homo videns, la información y la democracia (y dos)

(Continuación del post anterior)
Este artículo fue originalmente publicado en el ya abandonado blog Cajatonta, y al mismo tiempo en su "sucursal" (ya inaccesible) dentro Periodista Digital. Posteriormente, tras su publicación sin mención a su autor en el portal de Solidaridad, viaja libremente por la red.

Tal vez sea éste el aspecto más polémico del ensayo de Sartori. En su obra, como ya comenté en el artículo anterior, advierte sobre el empobrecimiento del entendimiento y la pérdida de la capacidad de abstracción. Ambos hechos estarían provocados por la primacía de la imagen (la televisión) sobre la palabra escrita. Según él, esta situación significa un grave peligro para la democracia.

Para entender su planteamiento es necesario conocer lo que él considera que sucede con la información que emiten los medios, tanto audiovisuales como escritos. La televisión se ha impuesto a los medios tradicionales. No tiene competencia. Consigue algo que nunca o casi nunca consiguió la prensa escrita: los intermediarios no son relevantes, sólo el medio en sí. Algo es, o no es, tan sólo porque lo ha mostrado la televisión.

Esta circunstancia es crucial y nos lleva a analizar cuál es la información que se está ofreciendo por la televisión. Sartori la divide en dos tipos fundamentales: la subinformación, es decir, una información insuficiente, que provoca reduccionismos muy peligrosos y no sirve para conformar una opinión de peso; y la desinformación, una distorsión y manipulación de la información ni siquiera necesariamente consciente, fruto de las imposiciones del propio medio y de su afán de buscar siempre lo novedoso y excitante. El resultado es una aldeanización de la televisión. Es decir, una vez que se ha impuesto en el espectador medio que lo que no sale por la televisión no existe y que lo que no se ve no es relevante, la necesaria reducción de los costes de producción (mandar cámaras lejos es mucho más costoso) unida a la sentimentalización de las noticias, acarrea un regreso informativo a lo local, al suceso, a la mirada corta y localista, centrada tan sólo en lo que sucede en el propio entorno. Se obvian con ello las noticias de política internacional, o incluso nacional, alejadas en principio (falsamente) de los intereses y problemas de cada uno. Sólo se muestra aquello que es mediático y por tanto, susceptible de ser transformado en espectáculo. Las noticias deben ser excitantes y emotivas para mantener al público atado al sofá. De ese modo se potencia la aparición y difusión de posiciones extremas y personajes radicales.

El tipo de información que prolifera en la televisión afecta a la política y a los políticos, porque éstos son conscientes de que cada vez es más importante el cuidado de su imagen y lanzar soflamas mediáticas, y menos relevante el actuar de manera responsable en el ejercicio de sus funciones gobernantes. Políticos como aquel Julio Anguita de programa, programa, programa, desaparecen, dando paso a la nueva videopolítica (como la define Sartori). Ésta se va haciendo más y más dependiente de los sondeos y de la opinión pública y por tanto, menos independiente para tomar decisiones, siempre temerosa de perder apoyo popular. Los partidos políticos pierden entonces su poder como reserva ideológica, y el líder carismático y mediático vuelve al primer plano de esta sondeocracia.

Este el punto más controvertido de las tesis de Sartori. El autor parece dejarse llevar por la ensoñación de que en una época anterior la base intelectual de la sociedad estaba más preparada e informada, disponía de una prensa escrita plural, de calidad y era un referente cultural para el resto de la población (una opinión pública culta, no mayoritaria pero influyente). El pueblo votaba a sus representantes pero éstos, ante la incapacidad técnica de conocer las opiniones de sus electores, no tenían más remedio que tomar sus propias decisiones, apoyándose en sus partidos, en su ideología y en esa opinión pública no mayoritaria pero teóricamente preparada, hasta que se produjeran las próximas elecciones. Éste es un planteamiento claramente elitista.

Además, Sartori parece confundirse (y no parece casual).Por un lado reclama una televisión mejor y que sea desbancada de su papel preeminente informativo en beneficio de la palabra escrita. Indica, con razón, que el gran fracaso de las democracias de los estados del bienestar ha sido pensar que con la educación universal y obligatoria se crearían ciudadanos preocupados por la cosa pública. Y no ha sido así. La preparación con la que se responde a encuestas o sondeos por parte de la población es muy pobre, no se tiene la masa crítica de información necesaria ni las capacidades de juicio independiente desarrolladas para opinar con criterio. Muchos apenas balbucean (intelectualmente hablando) la opinión inducida desde los medios. Pero ese fracaso no parece ser lo que moleste realmente a Sartori, sino que esa gran masa de personas desinformadas o mal informadas pueda llegar a influir en las decisiones políticas. No parece que el número de personas enteradas de temas políticos sea ahora menor que el de hace cincuenta años (entre otras cosas porque el grado de analfabetismo entonces era muy superior), por lo tanto lo que le perturba no es ese analfabetismo funcional actual del pueblo, sino que ahora lo que opina y se induce a opinar a esa masa es relevante y decisorio.

La posibilidad de la democracia directa o participativa está ahí. La democracia representativa se antoja obsoleta por la cantidad de mecanismos de consulta y participación que las nuevas tecnologías nos descubren todos los días. Asuntos como la participación de España en la invasión de Irak o el intento de implantación de contratos explotadores para los jóvenes en Francia lo demuestran. La preocupación justa que destila el pensamiento de Sartori es que la información que recibe la gente es pobre, insuficiente y manipulada. Bien. Pues entonces tendremos que mejorar la educación y replantearnos cómo se está ejerciendo. Otros autores como Gustavo Bueno, responsabilizan a los propios espectadores de la televisión que tienen. Defienden que ésta es el reflejo del pueblo. Pues vale. Puede ser, en parte. Pero este tipo de planteamientos pretendidamente lúcidos y acusadores no ayudan a buscar ninguna solución. Además, se podría responder, desde las tesis de Sartori, que ese público ya ha recibido, desde niño, una educación principalmente visual y pasiva, y por tanto ya ha visto atrofiada sus capacidades cognitivas.

Volvemos por tanto a la educación. No sirve buscar un control de lo que la televisión emite. Esas ideas de pensar por el pueblo por el bien del pueblo, pero sin él, nos retrotraen a otros momentos históricos. Es inasumible una marcha atrás Basta pues, tanto de elitismos como de conformismos. Hemos de luchar por conseguir una población educada y cultivada que pueda establecer verdaderos juicios críticos y que sean sus decisiones como espectadores, las que produzcan una televisión de calidad y útil. Hoy estamos lejos de esa bonita idea, pero ante regresiones elitistas o conformismos interesados ése debe ser el camino y el fin de lo que se busque.

El advenimiento del homo videns

Este artículo fue originalmente publicado en el ya abandonado blog Cajatonta, y al mismo tiempo en su "sucursal" (ya inaccesible) dentro Periodista Digital. Posteriormente, tras su publicación sin mención a su autor en el portal de Solidaridad, viaja libremente por la red.

Es una advertencia. Una reflexión preocupada y combativa. Un planteamiento provocador que se asume como tal. Un grito razonado que intenta despertar las conciencias adormecidas y provocar debate. Escrito a finales de los 90, Homo Videns, la sociedad teledirigida, es un ensayo del afamado politólogo italiano Giovanni Sartori, Premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales en el año 2005, en el que el autor defiende la tesis de que la primacía de la imagen (representada por la omnipresente televisión) en la sociedad actual, significa un empobrecimiento letal de la capacidad del ser humano para conocer y entender, puesto que supone la atrofia de su capacidad de abstracción y de pensamiento simbólico.

El papel de la televisión como fuente de entretenimiento y diversión no es puesto en duda, ni criticado. Pero siendo esto necesario y vital para el ser humano no puede convertirse en el centro de su actividad, y actualmente ésa es la principal función de la televisión, así como la de sus filiales visuales, los videojuegos y el propio Internet (con vida e intenciones propias pero con contradicciones evidentes, como su hipertexto, pretenciosa lectura no secuencial). De lo que duda Sartori (y con razón) es de su función formadora e informativa. Lo visual, que debiera ser un complemento y aliado útil de la palabra escrita y hablada, se ha convertido en el todo, en el ser. Lo que es, es lo que existe en la televisión. Sólo tiene sentido como ella lo muestra. Y en ella, la palabra ha quedado completamente supeditada a la imagen. El espectador pues, queda a merced de estímulos sensitivos, va desertando de sus capacidades cognitivas, y en ese tránsito se produce la sustitución del homo sapiens por el homo videns.

Es necesario entender que este planteamiento es una visión extremista de la realidad con el que se busca alertar de un problema, pero que las premisas de las que parte son ciertas y contrastables. La experiencia demuestra que los niños de hoy ven cientos de horas de televisión antes de aprender a leer y a escribir. Es decir, su impronta educacional es plenamente audiovisual, pasiva, destructiva respecto a la imaginación o la creación. Ello conlleva una regresión evidente a la hora de su expresión escrita y oral. En muchas ocasiones no hay manera de que los escolares se expresen con un mínimo de decoro a la hora de redactar o exponer cualquier idea. La palabra escrita se abandona, se la considera elitista frente a las nuevas formas (divertidas, entretenidas e interactivas) de difusión del conocimiento. A través de la imagen, por supuesto. Pero el ser humano es antes todo un ser simbólico y se mueve siempre en el campo de las abstracciones, aunque no quiera o no esté educado para ello. De ahí el empobrecimiento con el que especula Sartori respecto a la utilización y el entendimiento de concepciones mentales. Una mesa es fácilmente representable visualmente, pero, ¿cómo representar conceptos como libertad, felicidad o justicia? Sólo de una manera pobre, parcial y distorsionada.

Dejando a un lado el mundo de las abstracciones, filosóficas o sociales, no podemos olvidar que el mundo de la ciencia no puede sobrevivir sin el pensamiento abstracto y por tanto le es necesario la formación en ese campo. Cada vez se hace más evidente la incapacidad real de mucho niños de leer (y cuando digo leer no me refiero al acto de juntar letras formando palabras y frases, sino a entender) problemas básicos de Física o Matemáticas. Muchas veces sabrían resolverlos con las armas físico-matemáticas que han aprendido, pero el problema es que simplemente leen el texto y no se enteran de nada. Después, cuando se les explica de una manera vulgar y directa, con ejemplos concretos, lo que les pedía el susodicho problema, se les ve confusos, extrañados: se dan cuenta de que podrían haber intentado resolverlo. No había sido la Física la traba. Había sido la compresión del texto.

Por último, una experiencia visual pero contada con palabras. En las principales estaciones del metro de Madrid fueron colocadas hace ya un tiempo grandes y pequeñas pantallas que emiten la programación de un canal propio, de la empresa, que da pequeñas noticias y emite infinita publicidad. El metro siempre ha sido reducto de lectores que aprovechan los a veces largos trayectos que se han de hacer por el subsuelo de la capital, para leer y no aburrirse. En estas estaciones, lentamente, se va imponiendo entre los usuarios la atención a la televisión. Hace poco, me dirigía con prisa hacia un andén de la estación de la Puerta del Sol. Justo al girar por el pasillo y entrar en él, la imagen que descubrí fue demoledora. Fue un segundo, como si el tiempo se parase. A lo largo de los andenes enfrentados, unas treinta o cuarenta personas dispersas, solitarias y silenciosas, levantaban sus miradas vacías, perdidas y cansadas hacia las pantallas. Parecían autómatas. Las imágenes que veían eran mudas, no se escuchaba ni un ruido. Fue un segundo, pero al verlos allí, no pude dejar de pensar en alguno de los relatos febriles e inquietantes del atormentado Philip K. Dick y en las pesadillas totalitarias y alienantes de Orwell.

(Continúa)

lunes, 4 de abril de 2011

Reflexiones sobre la imagen

Conocemos el mundo a través de las imágenes que construimos de él. De pequeños aprendemos que las imágenes se forman en la retina (dentro del ojo), un tejido sensible desde donde se envía información de las mismas al cerebro, para que las interprete. Lo que muchos suelen olvidar es que las imágenes que se forman en la retina están invertidas, y que es nuestro cerebro el que vuelve a invertirlas para conseguir que el mundo se nos aparezca como real (y al tiempo manejable). En esa inversión (manipulación) que realiza el cerebro está la primera metáfora de lo que significa toda imagen.

Nos relacionamos con el mundo a través de las imágenes, no sólo las físicas con las que pretendemos aprehender la realidad, sino las artificiales, los constructos culturales mediante las que intentamos adaptar siempre el mundo exterior a nuestros esquemas previos (ideológicos, culturales…) para poder dotarlo de sentido. De esta manera se produce la segunda gran manipulación: la de los medios de comunicación masivos que reproducen, refuerzan y fomentan estereotipos y visiones sociales dentro de las cuales nos movemos con soltura, y fuera de de las cuales nos sentimos indefensos, aislados  e incluso repudiados.

Podemos por tanto tener la tentación de creer que a través de las imágenes se construye el mundo, que toda imagen significa una representación de la realidad con un objetivo y un enfoque (inevitable y al tiempo manipulador), que esa realidad no existe (o si existe es inalcanzable en términos de verdad absoluta), pero llevar tales ideas al extremo lo único que consigue es la adopción de un solipsismo teórico y reduccionista, un relativismo casi suicida que nos puede llevar a considerar que no existe un mundo real con entidad propia exterior a la persona y que toda representación o relato sobre la realidad  debe poseer el mismo estatus, que no hay jerarquías ni mejores descripciones (imágenes) de la realidad, sólo opciones, diferentes ficciones más o menos verosímiles según el poder establecido.

En ese difícil equilibrio entre las dos interpretaciones se va a jugar la batalla en el siglo XXI. Y nosotros, inevitablemente, jugaremos también.